De repente un día
nos encontramos todos regresando como pájaros
al bebedero comunal,
no son días de aleteo sino de pereza
contemplativa, largas caminatas
arrastrando los pies, acariciando apenas el paisaje
medio dormido, convaleciente aún tras el invierno
y sus narcóticas heridas,
miramos ese cielo desteñido
poblándose de cuervos y torcaces,
improvisados trazos de albayalde y de carbón
sobre el amarillo van gogh de los barbechos,
mientras vemos elevarse la lona azul de una intemperie
en la que todo vuelve a acomodarse.
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