Dejó dormir su imagen el cuchillo
sobre una mesa de cocina,
nada de aquel furor que le dio fama
sigue con él, los ademanes se ablandaron
como acero cobarde y las jornadas
de sangre fueron declinando mansamente
hacia horas laborales entre resina y miel,
tan domesticadas y tan lentas
que ya a nadie sorprende que se emplee
en exclusiva como rebanador de pan
y evocador de taumaturgias iniciales.
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