Viene a asomarse, caprichoso,
al balcón de galileo, en la mano trae
el agua, los hilos transparentes
con que la regadera cose las heridas
simuladas de la realidad,
ella siempre intenta parecer dormida
aunque nunca deje de mover
su conciencia de gatito lactante,
él no sabe que asomarse
es cruzar la tabla podrida de las apariencias
y quedar expuesto
a vértigo y apuesta como el péndulo
oscilante de la fe que afirma y niega
con igual firmeza ambos extremos,
ha jugado a cultivar la llama
del geranio inquisidor y las celestes
flores de un cadalso que te obliga
a caminar sobre el abismo,
pero las manos siguen amarrando sus zarcillos
a la seguridad de la baranda.
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