Es más sabio
el labio austero que se entrena
chupando regaliz o la agilísima
nomenclatura de los dedos escalando
agujeros sin trastes en romerías pueblerinas
para gobernar el púlpito del aire?
en este cuarto no esperaba ni sufrir ni morir,
sus labios no sentían la sequedad del miedo
sino el húmedo impulso de la creación,
el marcador sigue sumando
rodales de humo, y aunque permanezcan
las marcas inequívocas a este lado
del pasillo de dobles no será suficiente
para hacer bajar de su arbitraria silla al dúctil midas,
silva el espacio con temblor de abeja
y la melodía principal se enrosca
como glicinia entre la cal,
el tiempo muerto no consigue
que el agónico grito del entrenador corrija
la apatía del guarismo,
la bocina siempre llega antes, nos fundimos
entre el descontento del gentío, con el dolor de cuello
que da el esfuerzo por lograr un ace
que para el juez será segundo saque,
quizás todo el misterio se resuma en esto:
los ojos dan color a lo que miran,
(marsias recordó que aquella flauta
la encontró en el suelo como si fuera un áspid
de los que caen desde el olimpo
en las noches de farra de los dioses).
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