Cae la nieve, las encinas
que rodean al anfiteatro tienen
bellotas de oro y sus flores imitan a gusanos amarillos,
como los colores de su equipación,
cuando empieza a sonar el peloteo, toc-toc, los cuellos
se giran a ritmo de robot, cualquier interrupción
provoca una cataclismo en la mirada, aunque nunca el silencio
signifique ventaja, están tan igualados
como la tierra de la pista sin pisar aún,
en un descanso apolo se toca la entrepierna
sin disimulo y con hocico retador,
no todo hay que dejarlo al inexorable ojo de halcón
que suele usar maneras celestiales para darse
la razón a sí mismo y a destiempo,
desde el fondo de pista es imposible
superar la red del monte fuji, se lee a duras penas
en los labios del equipo técnico, usa el revés
como una piel inversa, la que ha de darte a conocer,
la armonía mejor es la del viento,
todo esto traducido
de entre las estadísticas que anuncian
lo que debe ocurrir salvo desastre.
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