Tan sensible a la luz como al volteo
dominical de las campanas, tan amigo
del silencio que mira sin preguntar
como enemigo de la sabiduría compactada
de las enciclopedias que no saben
callar a tiempo,
de vez en cuando necesito
encomendar mi sueño a los desvelos
del despertador solar y darme
todavía en ayunas una vuelta
por la barandilla de las nubes, donde dicen
que la ansiedad del vértigo termina
dando la mano al equilibrio
de las cosas ligeras.
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