El día cinco se celebró la romería,
ropa nueva y sudor y, arriba,
los vencejos desgarrando telas
antes de que las campanas
ocuparan su espacio y les obligaran a callar,
nadie se acordó del vermú ni puso
sobre las mesas la especiada oferta de encurtidos,
esa era la ofrenda que todos esperaban
sobre el ara de pizarra engalanada con guirnaldas,
hilos blancos de espuma, la cerveza
recalentada y en la fuente
tábanos y avispas que ni siquiera dieron tregua
a la concurrida tropa de cofrades
vestidos de domingo,
(contra la fachada de la ermita
el pendón rojiverde resignado
a que nadie fuera capaz de tremolarlo
en la menguada procesión).
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