Hemos llegado a ese reducto
vendado de andamiajes cuya vejez tenemos
en tan alta estima, allí las vírgenes
vestales, las estatuas parlantes que lo dejan todo
a la megafonía que la piedra cincelada expone
como mensaje oracular, nos vendaron los ojos,
nos llevaron hasta la entrada de la cueva
donde los ecos guardan la voz de nuestros padres
y con ese rocío de los ojos
regresamos tranquilos al embuste
de las actuales construcciones, tan felices
como animales que disfrutan
una eternidad a plazos
con el pesebre bien cebado.
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