lunes, 23 de agosto de 2021

La sobrina del droguero


Así acabó por suceder como leyenda

lo que yo soñaba como un humo perfumado

por las resinas de la lumbre, aquella aparición

revestida de guatas, con botas altas y disfraz 

de piloto alemán de hazañas bélicas,

la sobrina del droguero llegaba en sidecar

desde un pueblo cercano, cada martes,

los lunes solía aparecer un ramillete 

de malvas en el alféizar de ladrillos árabes

y las estrellas acudían a mirar aunque las nubes 

se empeñaran en cerrar los ojos al misterio,

yo me preguntaba por el amarillo del tabaco

entre los dedos supersticiosamente protegidos

por una aureola casi médica 

que enguantaba las manos del droguero

y por la larguísima uña del meñique

con la que espantaba la ceniza del cigarrillo

al final de una boquilla de mujer, o por los ojos

de espejuelo de aquella especie de máscara de gas

con los que, decía, podía ver eclipses y pegasos

ardiendo en pleno vuelo,



aunque mi atención se dedicaba al vuelo

del guardapolvos de rayitas verdes y a las trenzas

con laca y reverberos de cobre que investían

de un aroma congregacional a la leyenda,

con su llegada amanecía

otra aurora de olores sometidos

al riguroso dominio del cristal, y desde allí eran vertidos

ceremoniosamente en los tarritos de las baldas,

paralizando el merodeo de los perros

y hasta los trinos de los pájaros se oían más lejanos,

era todo lo que podía suceder

frente al aburrimiento de los días 

en los que nada estaba diseñado para el juego

o todo juego se sofocaba en la rutina,

un ángel sin olor, el pelo de humo

como el que salía de los arabescos

de plata del incensario, la oculta rebeldía

contra el olor a establo que luchaba

por imponerse al aguarrás, o al pormayor 

de la creosota y del zotal,

y en esa segunda amanecida, la de la llegada,

antes del olor a gasolina y de la sombra de la moto

frente al portal, en esa pobre aurora brilla aún

como un eclipse visto con espejos

la sobrina intangible del droguero,

con su organdí carnal y femenino.

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