Nos acercamos a la cristalera
del bar, en ella nos vimos reflejados
con expresión porcina, aunque en realidad mirábamos
a la camarera acuclillada en las labores de limpieza
antes de la hora de apertura,
alguien
dibujó con el dedo una figura obscena
sobre el vaho de la respiración,
contamos los minutos
y antes de que el aire la borrase
sonó en la torre del ayuntamiento
la hora tonta, con su olor a pesebre fermentado
y nos pusimos en fila para entrar
aunque ninguno llevábamos dinero.
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