El día de la fiesta
todos asistimos al sermón,
nos arrepentimos del silencio
tan vilmente profanado y nos turnamos
para subir al campanario
a voltear las campanas aturdidas
por el olor a pólvora
y el estallido de cohetes de cámara compuesta,
poco importa que en el púlpito
se desgañite el cura recordando
el sagrado silencio al que debemos
rendir honor,
porque en el atrio de la iglesia
los aplausos y vítores no dejan oír
sus inspiradísimas palabras.
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