Vengo del suburbio
donde los hombres dicen conversar a diario
con el demonio del agua vaporosa,
pronuncian grifo con un deje de arrastrada lascivia,
conocen los aromas fermentados sobre la piel
y esconden sus pensamientos más procaces
entre revistas de papel cuché
y cuando se rascan la cabeza
saltan diminutas chispas,
señal de que el cerebro participa en la vida
exterior de los parásitos que de vez en cuando
le piden una ayuda, como si ejercieran limosneo
cultural a la puerta de una iglesia.
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