Después de mucho tiempo
he vuelto a elegir el tren para viajar,
la soledad a veces nos empuja a devorar distancias
con el solo fin de hallar la piel de algún espejo
donde contemplar a un semejante,
has de acercarte a la estación que te recibe
con el hirsutismo torvo de un devorador de identidad,
accedes al vagón, buscas la letra y el número de asiento
y te abandonas a esperar el hormigueo del movimiento,
ese mareo que producen los objetos exteriores
al resbalar ante nosotros
y socavar el mundo tan estable de la costumbre,
cualquier sonido es percibido
como una intromisión y los minutos
gotean con la pausa insoportable de la velocidad entre cadenas,
no hay tic tac ni aviso ni ruptura,
y cuando quieres darte cuenta ya están volando los paisajes
con la serena ingravidez del águila
que mezcla el pardo y el azul
con transparencias de acuarela.
Después la furia romperá el embrujo
y acabarás llegando a cualquier parte.
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