No habléis tan alto de la guerra,
que nadie intente acobardar con gritos
a la muerte que nos ve llegar, ella se sienta
en el barandal del puente, va anotando
los nombres, las maneras de moverse y hasta el tono
de voz de los que pasan, nos hace numerar como rebaño
y pobre de la oveja que se entretiene en descarrío,
a esa la dejará para el final, ramoneando venenos,
permitiendo que rompa la liturgia
de la vereda y se insinúe con escarceos torpes ante el lobo
de una fingida libertad,
los días también se acabarán para esa
merodeadora del misterio
como se acaban las cerezas en el árbol
cuando llega el verano.
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