Posiblemente del silencio
salga todo lo que sin escuchar oímos,
hemos dejado a un lado nuestra soberbia decidora
pues hasta lo inefable ha sido puesto al sol con desvergüenza,
ni rubor le queda ya a las flores
para entornar los párpados ante el piropo silbador del aire,
volver a ti, sotámbano,
subirse al cerro y viserar los ojos
con una mano y con la otra en jarra presuntuosa
echarle un pulso a la campiña
que nos considera forasteros.
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