Te sorprendo vistiendo
los colores oscuros del dolor
para acudir a un rito de cumpleaños,
en un ángulo queda el viejo dios de nuestras deserciones
escuchando el frufrú de los tejidos,
él, descaradamente partidario del desnudo ajeno
y tan ampuloso en su vestir,
y me pregunto yo rozando
la respuesta retórica del ciego que nunca quiso ver:
qué es el dolor cifrado en ropas o en colores sino un modo
antiguo de esquivar miradas indiscretas,
se busca
urdir alguna crónica -ligera- para la diversión,
qué hay de más eufórico incognoscible despiadado alegre
que los muros de la carne, y en ellos topa
con suavidad de ariete el repertorio
más florido del vocabulario.
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