Cobardemente instalado en un ángulo sin luz,
las manos sobre las rodillas y los ojos entornados,
deja que te resuma,
que te vea al completo tras la lupa
universalizadora colocada sobre tu gigante pequeñez,
ahora sí,
sé que tú eres el definitivo límite,
un reverso inocente de la desfachatez
que aspira a equipararse con la verdad de carne y hueso,
me retiro a llorar sobre lo aprendido y olvidado,
creo que lo mejor no lo definen ya los ojos,
sino la memoria
que poco a poco va alejándose.
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