Guardé su corazón
en una piel de cabra,
plegué sobre su pecho los latidos
y le ayudé a dormirlos con las manos,
luego le ungí con ocre
como si fuera fuego,
que a tu alma dormida llegue
el consuelo del calor y que tus ojos
miren sólo hacia dentro
donde está todo
lo que de interés queda por ver.
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