y una confortable sensación de compromiso
obtenida del vaho respirado en común por hombres y animales,
La niña grande
asomada al abismo troglodita del miedo familiar,
su frente marcada a fuego se aproxima
a la rendija que la telaraña del humo ha dibujado
en las paredes sin ventanas,
mira sin ver el campo, lo imagina
ligero y cauto como un corzo
al que el sol ha liberado del río lento de la niebla,
su pensamiento blanco se resume entre la paja
con la labilidad de los secretos
que libera la pota en la cocina,
hay un olor a pan y a otoño, a frutas ácidas
y el dolor insondable de estar ciego
frente al sonido incierto de algo
que se insinúa al otro lado de la finísima pared.
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