y no es difícil ver en los larguísimos crepúsculos del verano un cielo encandilado con el dolor de las hogueras y el grito amordazado de los herejes y relapsos cubriendo con un analgésico sudario las carnes vivas de estos pueblos a los que la fortuna abandonó y la memoria de hoy apenas colabora en su rescate
Tratando de aflorar inquisiciones
subí a los altozanos-tribunales
de la meseta de Castilla,
alto palomar y aún más alta
la paloma furtiva que zurea
desde su torpe idioma un silogismo
con premisas iguales: toda llama
que ignora combustible acaba en humo,
ese patíbulo negruzco del horror
convertido en picota a la que el tiempo
dejó sin contenido,
empeño inútil invocar el alma
a golpe de astrolabio y teodolito,
cuando ella es la primera en evadirse
-igual que el humo o las palomas,-
entre las garras de la teología
reivindicadora del infierno.
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