Sé que está en algún sitio
usando el disimulo igual que el musgo
sobre los troncos de las hayas,
yo llevo mis sabuesos en carne viva
para que no confundan el olor del celo
con el ansia o el dolor,
de niebla a sol, de escalofrío a sofoquina,
subiendo siempre, bajando o dibujando
cansancios a la sombra lenta del sestil,
la tengo aquí, en el entrecejo,
convertida en un pálido horizonte,
sin desvestir, desnuda, con la trama gruesa
del más servicial papel de fotografía,
llegando casi a hacer contactos
de los espejismos provocados por la prisa,
como resultado de un invento de la imaginación
que ve las cosas sin pensarlas,
antes de que sonara el despertador yo me dejaba
arrullar en ese mar de gelatina
de un futuro con ella, dúctil, transformada
y tan mimética con todo
que me hacía sentir celos hasta del aire compartido,
ahora sé que ya no es de fiar
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