(Evanäscente)
Hicimos juntos un largo trecho del camino
cuando todavía los pies no habían vencido la pujanza
del jardín y la vereda
se resistía a mantener el rastro de nuestras incursiones
en lo frontero con la prohibición,
casi llegamos a amoldarnos al lugar común,
el espacio de presencias
acogidas a nombre impersonal,
y aunque la horma no llegó a eliminar las diferencias
logró embotar muchas aristas necesarias
para que cada voz individual diera salida
al color rojizo de la ira o al azulado de la calma,
antes, en el jardín, se masticaba el pasto blando
de la mansedumbre,
en cambio aquí la arena te chirría entre los dientes
hasta hacerte enloquecer, no hay pulpa de manzana
ni arroyos de leche y miel, ni amaneceres de lascivia
capaces de aliviar esta dentera,
qué lástima de tiempo
desperdiciado en la obediencia a un mal capricho,
aunque poco a poco el naciente collar de la conciencia
se fue imponiendo a la grosera argolla de la sumisión,
buscamos el azufre del volcán, la tierra desolada
donde sonaba sin cesar le eco
de una risa insolente que lograba confundir a dios
y terminamos apostados en las dunas
para observar el rictus de furor goteando como lágrima
del ojo triangular,
era la lava de un orgasmo lento que nosotros
nunca logramos alcanzar sin ese toque
de aguijón de todo lo que suena a culpa.
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