Tierras altas las del recuerdo,
ahora bajas despacio recogiendo
del suelo alguna hierbecilla
para morder su aroma vegetal,
queda sed en el aire, los veranos
se cogen de la mano y se convierten
en estación perpetua como la esfera de un reloj,
no queda ya virtud en estos cielos
patinados de vejez y el oro
es más que adorno obligación de un protocolo antiguo,
se oye un excelso silbo de águila
y un estremecimiento te recorre
la columna vertebral como si fueras
el miedoso Ganímedes que un día
se perdió en estos montes y al que nadie
ha conseguido volver a ver.
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