Es como alcanzar la página 602
de esa novela de Lobo Antunes
donde amenaza siempre una ceguera geográfica,
los ríos suenan pero no se ven
y la voz de las cosas está atenta
al campanilleo desfalleciente de las flores
cuando las agita el viento abrasador de las afueras,
tú vas al final,
escondido en el polvo que alza la patrulla
pensando en la cortina de plástico estampado de la ducha
en la encalada soledad de Alfama,
es como si respiraras sangre, pero no, es el polvo rojo
de este paisaje en carne viva,
las hormigas y los licaones siempre vigilantes
te hacen saber que en un momento
puedes dejar de ser visible
y ocupar un lugar en la bodega del carguero
que ha de llevar tu ausencia hasta Lisboa,
un ataúd de tapa negra con un título
largo aunque difícil de olvidar.
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