El mensaje encriptado
iba en cuneiforme abstracto
sobre una lasca de pizarra,
una manera divertida
de despistar al profesor de salacot y gafas negras,
tuve tiempo, tuve fórmula, y ahora
tengo la ceniza súbita de un alma
que se fundió al unirse
con una llama dibujada en la pared,
el sobre que llegó días más tarde
guardaba un papel blanco,
no tenía remite, sólo un sello
de lacre oscurecido y un código numérico
que nadie supo interpretar,
-el diablo se graduó en ciencias y letras
pero siempre evitó con elegancia
alardear de sus títulos-.
Con el veneno sucedió lo mismo
que con el código numérico,
la muerte se alojó en las casas altas
pero respetó las bajas y las cuadras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario