Vi dudar a Auden
cuando afirmaba convicciones
apoyándose sólo en la ceniza,
ardió primero su emoción intelectual
con la continencia acostumbrada,
luego extendió el mantel
y, a mesa puesta, convocó a los pájaros
para que llovieran sobre él trayendo lágrimas,
colirios matinales para su visión enferma,
la misma con la que afrontaba el vendaval
tras el incendio de una metafísica enrollada
como un turbante a su cabeza.
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