Regreso a la ciudad sagrada,
la explanada del templo brilla con la sangre de los sacrificios,
qué tendrá la sangre que hasta el sol baja a admirarla,
a nadie, ni siquiera a dios, le deja indiferente,
viene de lejos como un río,
se entretiene entre los chopos mientras queda luz
y luego
se somete al cuchillo para que abra sus atanores a la luz
y testifique su intenso color rojo, su olor ciego y pastoso,
como un vino condenado a saciar las apetencias
de la divinidad embrutecida.
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