A esa hora del día,
imprecisa y exacta, suena el rumor del agua,
el cielo, expandido y quieto,
ayuda a propagar otros sonidos
como el canto ocioso de los pájaros,
el lento avance de la sombra, los aromas
ajados del otoño que revelan
la caducidad del oro y, en la tarde,
el esfuerzo inútil de las horas
por mantener erguida su vigencia,
horas cortas de luz, como polillas
intoxicadas de oro, festoneando
las farolas nocturnas.
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