Comparas una sombra
de roca o de pared con el abrazo
vegetal de la salguera, hueles
su respiración de arroyo
perfumada de insectos y libélulas,
dices como guerreando: hasta el final,
pero sin armas, sólo con el puntero o el bolígrafo,
replicando la magia de lo que nunca dice nada,
de lo que se aplica sólo a ser y estar,
llegando a su puntal en cada hora,
sin agotarse nunca.
Por eso tú lo miras
y sigues comparando sombras.
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