En el film la sangre era de un verde fosforito,
así pintan los inconformes la carcasa de la realidad,
hacer películas es plegarse
al capricho cromático de una gama de colores
sin domesticar, el tono es su voz menor con la que elevan
quejas a una instancia superior,
no por estar encima, sino por creerse imperturbable
ante el abanico con que las horas cambian el aspecto
de las cosas menores,
ni el mismo pintor reconocería
su paleta manchada por el color madrugador
frente a la misma
dominada por el cálido cansancio vespertino,
color este mucho más joven pero despojado de aventura,
los pelos del pincel conservan bajo sucesivas costras
su color original, enfermo y miope,
pero, gracias a su sacrificio, lo que dure
y haga inmortal al cuadro será el tenso
color robado entre puñales al atardecer,
a punto de hundirse como el sol en una calma
que no es tal, sino híbrida y cansada.
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