El viejo cazador señala en el cuaderno
la perdiz esbozada con tizón menudo,
sus dedos acarician con artrítica torpeza el ejercicio
de campo que en su día debió finalizar
pero por algún motivo dejó a medias,
su mirada parece querer parar el tiempo
no para cazar de nuevo
sino para rogarle a la perdiz una última pose,
(le intriga la quietud de sus ojos de esfinge,
la literalidad tan despeinada de su vuelo,
y el no conocer nunca hacia dónde le impulsará la brisa,
-y quisiera saberlo-,)
él sólo reconoce que olvidó completar algún detalle
cuando precipitadamente hubo de dejar papel y carboncillo
para apuntar con la escopeta al vuelo sorpresivo
que le entraba a contraluz por el oeste.
Zona B:
Hoy va de cacería y no estará de más que señalemos a quienes proporcionan armas y munición al cazador del animal humano -(¡hay que ver!)- y miran sin mirar hacia otro lado, silbando como niños, para espantar el miedo.
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