Una vejez hipnótica
nos obliga ahora a replicar la música
de las tablas de multiplicar, no es algoritmo
ni encomienda tramposa a la inteligencia artificial,
los números gotean sumisos como entonces,
cuando un rigor acuoso mecía nuestras mentes
entre la loa y el temor a aquella escuela de sangre apaciguada,
las manos de hoy no tocan el cielo ni acompañan
con su tamborileo el crujir de dientes, era el frío
que la presencia inútil de una estufa de leña hacía gigantesco,
nunca supe cómo llegó el calor ni cómo la memoria
cumplió su cometido y aún es capaz de repetir la lluvia cana
de dientes de león en números convencionales, hechos carne
como si fueran verbo, conjunción, palabra
de un dios rural avejentado.
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