Yo estaba allí
en el ángulo esquizo que el fotógrafo
no fue capaz de someter el orden del retrato grupal,
me asomaba con aire forastero al barandal del paraíso,
donde el placer pedestre se confunde
con el reptar de la serpiente o el roce de una pluma
sobre el núcleo sensible del pecado original,
ni mi ropa ni mi curiosidad estaban invitadas
a posar ante aquella pared de patio de anteiglesia
con heridas de guerra e inscripciones de fidelidad a alguna causa,
y aún sigo allí, mirando
como el pobre que espera a que el banquete se disuelva
en migajas y harapos para heredar el traje de primera comunión
que unos años más tarde llenarían mis brazos y mis piernas,
mi cuerpo de pagano inmerso todavía
en la pana maciza de la rusticidad.
Zona B:
El ejército invasor bombardea de nuevo la escombrera de Gaza por si algún resto de vida, vegetal, animal o humana, quedara en pie. Cómo recuerda este momento al relato bíblico tras la destrucción de Jericó, cuando un dios sin rostro -y sin entrañas- ordenaba extinguir cualquier forma de vida.
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