Se está más cómodo
negando el maquillaje a las arrugas,
el yeso sin mojar, la herida libre de vendaje
y el astillado hueso sin la prisión de la escayola,
no hablamos de dolor sino de calma,
del porcentaje temporal sin el latido de la aguja
sobre la terminal nerviosa, el menguado paréntesis
del éxtasis seráfico pintado por un monje del trecento,
en ese azul, rodeado por el índigo que adorna los caminos
de golosina tóxica, asoma la pordiosera urbanidad del monje
arrodillado en un basalto brillante por el uso,
con la evanescencia del rigor penitencial
mucho más cómodo y ligero que la ampulosa capa
pluvial con que los monjes igualan sus flaquezas o sus lorzas
ante los ojos de la feligresía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario