miércoles, 31 de julio de 2024

Se puede ver en una iglesia periférica de dudoso valor arquitectónico aunque de indudable suerte geográfica; allí crecieron muchas plantas, algunas con espinas que el tiempo sólo haría endurecer, las más con una salud contaminada por la endogamia religiosa que apenas si distingue entre alimento para espíritus humanos y estiércol para tierras donde predomina la flora clandestina de la gentilidad

 




Se está más cómodo

negando el maquillaje a las arrugas,

el yeso sin mojar, la herida libre de vendaje 

y el astillado hueso sin la prisión de la escayola,

no hablamos de dolor sino de calma,

del porcentaje temporal sin el latido de la aguja

sobre la terminal nerviosa, el menguado paréntesis

del éxtasis seráfico pintado por un monje del trecento,

en ese azul, rodeado por el índigo que adorna los caminos

de golosina tóxica, asoma la pordiosera urbanidad del monje

arrodillado en un basalto brillante por el uso, 

con la evanescencia del rigor penitencial 

mucho más cómodo y ligero que la ampulosa capa

pluvial con que los monjes igualan sus flaquezas o sus lorzas

ante los ojos de la feligresía.


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