Quiero oír la luz,
quiero que vuelvan esos pájaros
que animaban con trinos las sesiones de la audiometría,
yo, igual que un desertor nocturno, abandonaba el suelo
de la percepción pisando los peldaños de una escala de luz
donde unos ángeles sin peso ejercían de cuerdas de arpa
estimuladas por pellizquitos de enfermera,
la máquina emitía un latido regular que iba de más a menos
hasta un final imperceptible,
como harían los hilos desflecados de una neurona algo senil,
y al final llegaba la delicada pulsación, la yema bisturí
que percutía con empeño didáctico el alambre
y hacía protestar con un armónico gruñido
al animal sumido en plena hibernación.
Zona B:
Dejemos que el agua del Jordán retome sin estorbos su curso natural, aunque mucho me temo que ni la taumaturgia antigua del lugar le ayude a superar la sima del Mar Muerto.
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