A través de la asepsia del gotero
que cuelga sobre tu cama de hospital
se ve a doble tamaño el deterioro del mal diagnosticado,
se supone
que es agua destilada lo que llena de furia humanitaria
las aeronaves del dolor, las que reciben
el parpadeo de la luz y acuden a sofocar nuestras llamadas
con sus jeringas llenas de amor fosforescente,
reconstruyen con caridad mecánica la inclinación del cabezal
y meten a empujones bajo tu cerviz la hinchazón de otra almohada
rellena con excremento de elefante y se van
sin despegar la voz, apenas murmurando
un góspel castellano reservado para funerales de arrabal,
dejando un ruido de lluvia apaciguada en el televisor
como si una finísima membrana percibiera
el cambio de presión que las monedas ejercen al caer,
nada de ruido, es el dolor que paga en euros
un reportaje de la 2, leones, fieras de uniforme
devorando un cadáver vivo que la muerte no te deja ver
porque se agota el crédito, pero permite
disfrutar del zumbido anestesiante de una nieve
como cristal molido en la pantalla
para aliviar el trance -se supone- del apagón final.
Zona B:
Quién le venderá la munición a Netanyahu para luchar contra los tribunales que en su propio terreno le persiguen? Una justicia que él alabó cuando no estaba en su punto de mira y que ahora combate para evitar la cárcel y un vergonzoso deshonor.
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