martes, 7 de enero de 2025

Ella creyó oír unas pisadas, pero no quiso mirar atrás; yo pensé que aquella impronta sobre el barro podía ser la huella antigua de un oso y la vereda, el camino a su cueva, pero tampoco quise saber más; un pavor silencioso nos hizo caminar al mismo ritmo con que latía el corazón y se escuchaba la sofoquina del jadeo

 




A través de la asepsia del gotero 

que cuelga sobre tu cama de hospital

se ve a doble tamaño el deterioro del mal diagnosticado,

se supone

que es agua destilada lo que llena de furia humanitaria

las aeronaves del dolor, las que reciben 

el parpadeo de la luz y acuden a sofocar nuestras llamadas

con sus jeringas llenas de amor fosforescente,

reconstruyen con caridad mecánica la inclinación del cabezal

y meten a empujones bajo tu cerviz la hinchazón de otra almohada 

rellena con excremento de elefante y se van

sin despegar la voz, apenas murmurando

un góspel castellano reservado para funerales de arrabal,

dejando un ruido de lluvia apaciguada en el televisor

como si una finísima membrana percibiera 

el cambio de presión que las monedas ejercen al caer,

nada de ruido, es el dolor que paga en euros

un reportaje de la 2, leones, fieras de uniforme 

devorando un cadáver vivo que la muerte no te deja ver

porque se agota el crédito, pero permite 

disfrutar del zumbido anestesiante de una nieve

como cristal molido en la pantalla

para aliviar el trance -se supone- del apagón final.



Zona B:

Quién le venderá la munición a Netanyahu para luchar contra los tribunales que en su propio terreno le persiguen? Una justicia que él alabó cuando no estaba en su punto de mira y que ahora combate para evitar la cárcel y un vergonzoso deshonor.

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