A veces vuelvo allí,
y aunque ya no apuesto, me gusta estar con ellos,
como si un imán me sedujera con la atracción irresistible
entre especies que no pueden juntarse,
ellos y yo, los números, las mil combinaciones
del arrebato lúdico sometidas al vértigo imparable y circular
de la ruleta, dispersos en el prado artificial donde los dados
salen a pastar mostrando la perfecta conjunción
de unos cometas picados de viruela,
no existe la suerte y el azar es una sombra
que intenta mitigar el sol furioso de los veladas de ambición,
la lógica del número, esa confianza mil veces desgarrada
y vuelta a remendar,
hoy sólo queda una bolsa de fieltro donde duermen
los amarracos de oro de un mestizo entre mus, póquer y tute
junto a los últimos residuos
de lo que fue la caja de Pandora.
Zona B:
En algún lugar quemado por el sol de la leyenda pueden quedar aún residuos de una rebeldía: la estatua de sal en que se convirtió la mirada compasiva de la mujer de Lot. Luego vendrán las excavadoras israelíes y arrasarán cualquier relieve, aunque se trate de memoria apócrifa.
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