lunes, 13 de enero de 2025

Dejad que vuelen las campanas, ellas nunca abandonarán los ojos asombrados de las espadañas, ni se irán tan lejos a anidar como los pájaros pequeños a los que asusta el ruido del volteo; la torre para las cigüeñas que anidan más arriba, muy cerca del desván del trueno

 




A veces vuelvo allí,

y aunque ya no apuesto, me gusta estar con ellos,

como si un imán me sedujera con la atracción irresistible 

entre especies que no pueden juntarse,

ellos y yo, los números, las mil combinaciones

del arrebato lúdico sometidas al vértigo imparable y circular

de la ruleta, dispersos en el prado artificial donde los dados

salen a pastar mostrando la perfecta conjunción

de unos cometas picados de viruela,

no existe la suerte y el azar es una sombra

que intenta mitigar el sol furioso de los veladas de ambición,

la lógica del número, esa confianza mil veces desgarrada

y vuelta a remendar,

hoy sólo queda una bolsa de fieltro donde duermen

los amarracos de oro de un mestizo entre mus, póquer y tute 

junto a los últimos residuos

de lo que fue la caja de Pandora.



Zona B:

En algún lugar quemado por el sol de la leyenda pueden quedar aún residuos de una rebeldía: la estatua de sal en que se convirtió la mirada compasiva de la mujer de Lot. Luego vendrán las excavadoras israelíes y arrasarán cualquier relieve, aunque se trate de memoria apócrifa.



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