Te dejaron ahí,
tras una puerta gris con números en blanco,
dentro hace guardia un gotero sin bolsa
como un espantapájaros contra la soledad,
tu voz es un gañido de coyote al que la manada ha abandonado
en la intemperie del desierto,
toda la arena de oro, los azumbres repletos de licor de tuna,
y el escarabajo de metal hundiendo su dureza quirúrgica en tu piel,
debes luchar contra la luz que asoma sus garras por el este,
o con el embozo blasonado con siglas de hospital
y mantener la vigilancia ante el merodeo de una sombra
que recita latines traducidos al idioma plomizo de la sumisión,
atento al frenesí de la enfermera con sobrepelliz
que deja al aire la insinuante espuma del sujetador
o la insondable luz de las enaguas que nadie lleva ya,
la desnudez de ahora bajo el verdor del uniforme
lleva derecho hasta las puertas cerradas de la ermita
que desabotonas muy deprisa
para ver el milagro de su piel.
Zona B:
Alguien que llega se ríe y amenaza con convertir la franja en un infierno. Llega desinformado; hace más de un año que Gaza se extinguió entre llamas, aunque sus habitantes siguen flotando lo mismo que pavesas sobre los tejados de Israel.
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