Cuando el amanecer llama a la puerta
la luz viene y me coge de la mano,
dócilmente ajustada a mi perfil
como si quisiera dibujarme contra la cal de la pared,
yo me siento bien,
vuelto a nacer, entre geranios, sumiso a una voluntad
que ya no reconoce los bocetos de mi malograda infancia,
y aquel olor a carboncillo
permanece en boca y en nariz como un mal vino
haciendo inútil cualquier esfuerzo por reconciliarme
con el sabor a leche de la aurora,
mi única pasión sabe a ceniza.
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