sábado, 4 de febrero de 2023

Olvídense los recentísimos metales, que el tiempo vuelve la mirada al cuero y la madera, al pergamino y al papel frente a embalsamadas terracotas, al cuarzo frente al vidrio, al viento frente a la música sinfónica que habla un idioma diferente no siempre fácil de entender.

 

                                     estar allí antes de conocer a Polifemo


Temprano empiezan a balar los días del rebaño, 

en las marcas de altura

los brotes tiernos de la aulaga nunca muestran

su naturaleza de forraje y hacen dudar a las ovejas

no avezadas al ramoneo, pero vamos despacio,

progresamos al ritmo de las nubes, 

entre claros y sombras aparece un renovado pastizal

que el rocío sigue coronando con su sagrado asperges,

por veredas hondas se sale del hayedo y al final aparece 

el fulgor repentino de la panda iluminada por el sol,

allí pastan uros y caballos acogidos a una imagen de otra edad,

 


voy siguiendo el rastro del careo por el olor a estiércol,

por el aire contaminado de cencerros y el rondar alto de las águilas,

subido ya en la cima 

del mediodía cálido, fatigado y con sed, descubro

la bondad oscura de la fuente, protegida del sol

por la ferocidad de los helechos, me aproximo

a las lascas pulidas de la sal, donde prospera

una hierba ofendida, más allá la esfera

trasparente del sestil, la dibujada sombra que almacena

una paz desmemoriada y fértil

que hace crecer a contrapelo cardos y ortigas, 

correhuelas y beleños azules 

para que al despertar no nos deslumbre

la desconexión alucinada y momentánea

de la felicidad.

A este pastoreo casi nunca se regresa

y a pesar de todo añoro

esa lectura que llegará más tarde y que dice sin más,

aventurando, que llegaré a la cueva, 

removeré la piedra de la entrada 

y después de ordeñar podré sentarme

a mirar las estrellas, las infinitas 

ovejas luminosas que a mi ceguera le es permitido pastorear.



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