Cuando el viejo cronista
decidió escribirle a dios el guion de su primera obra
recurrió a la forma impersonal que usa el pronombre
como un escudo en el que chocan todos los dardos enemigos,
luego convocó a las gotas de la lluvia
para que pusieran su cansancio antifonal
a modo de cenefa en torno a su cantar de ciego,
y todo, así, ascendiese al cielo
como el humo de las hogueras
con que los mendigos ahuyentan la jauría de los hielos
en la ciega intemperie del invierno.
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