Salgo al campo a buscar algo distinto,
no me mueve la pulsión taxonómica ni la ansiedad irrefrenable
del coleccionista de fracasos,
el camino se alarga bajo el palio perforado de los árboles,
llegan hasta mí las diagonales de la luz, oblicuas voces de los dioses
que no consigo interpretar, dejándome en un estado
de aplicada dispersión,
veo al insecto con la flor, escucho voces impares y pregunto
dónde está la lumbre, el brillo cálido del bronce
que desprenden las hojas en otoño y la respuesta llega
como autónomos dientes de león, luminosos pero ingrávidos,
incapaces de reconocer entre la hierba
a la que pudo ser su madre.
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