Encendido
por el tormento de la sed,
podría decirse que goloso más que sediento,
-que es como pisar la línea-,
llego al umbral, al musgo sudoroso de la cueva
donde mana la fuente,
me propongo experimentar ese placer oscuro
de conculcar la norma que reserva estas aguas
a los nacidos bajo signo clientelar,
adelanto la mano hacia el brocal de piedra
y sin ceremonia, sin permiso
hundo los ojos en el agua que refleja mi asombro
por no haber sido fulminado por el rayo
del dios desconocido
al que está consagrado este lugar.
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