Con la luz de febrero enharinada de ceniza
acudo al industrial reclamo del río que bosteza
entre espuma fértil y compuertas
que lo descuartizan para hacerle pasto de voraces regadíos,
huele mal el agua,
el aire pesa como respiración de perdigones
y no puedo beber,
no puedo hablar con las perdices
acobardadas por los rigores del invierno,
no puedo ser esa silueta austera, sin hojas
que interponen los álamos del río,
como precaria cortina de luz o como puerta
para preservar la intimidad templada de las horas
perdidas entre hielos, vapores y presagios
de no se sabe qué lejanas profecías.
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