Ojalá aquellas horas salobres que empleábamos
en propiciar la caza de insectos ideológicos de impúdico aguijón
volvieran,
o si no, al menos el aroma de la resina entre latines al atardecer,
y regresara el ronroneo de oraciones
a los dioses paganos que brotaban como setas hipnóticas
de la poesía de embajadores yanquis en los desiertos de Manchuria,
ojalá los cigarrillos portugueses, os mecánicos, fueran
el sustituto de este lápiz con el que ahora escribo
tratando de domesticar la niebla y que volviera a oírse
la voz positivista y racional de Carlos Pérez
urdiendo trabalenguas para burlar el celo de la esfinge.
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