Vamos a sentarnos al borde del rompiente,
no habrá necesidad de hablar porque las olas
llenarán con su rugido este recodo de la playa,
sólo tendremos que ayuntar los bueyes perezosos
de nuestros pensamientos
para hacer más fácil el arrastre de estas horas grávidas
mientras el artificio de la sombra progresa hasta la línea de reloj
que hemos trazado para prevenir la pleamar,
luego nos levantaremos y en silencio
emprenderemos el camino de regreso
con las cestas repletas de algo vivo, no sabemos
si serán palabras en proceso de maduración
o camarones fosforescentes que han tomado por seguro
nuestro aspecto de roca y se quedaron
dormidos con el balanceo de nuestra imaginación.
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