En el museo de babel
los rótulos exhiben en una sola dirección
el dolor de occidente,
yo lanzo piedrecitas desde la terraza
para incomodar el agua quieta del idioma invasivo,
crece una espuma incolora para bautizar el alma comunal,
indagar: qué quedó tras el secado del diluvio,
una eternidad de gestos silenciosos y crispados
y los harapos del rumor de un secreto mecanismo
que antes nos servía para hablar y ahora
recuerda a los muñones de las ramas taladas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario