Presume a veces la mirada
de su función de látigo que obliga
a la desprevenida realidad a protegerse de sí misma,
deja en la memoria un zig zag de fleje azul,
una herida de labios apretados
que dirá despacio y en silencio su dolor
cuando la sangre avise del destrozo,
algo que la mirada no prevé ni aprenderá,
las cosas seguirán aspirando a ser miradas
sin la premura de la evaluación, como algo
incólume y difícil que merece la pena rescatar
de su pretendida no presencia,
aunque sea colgándolas de imanes
en el frontal de la nevera.
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