Son altas
y amaneradas esas montañas blancas
que construyen sin armazón las nubes,
parecen el precolor con que los sueños
van buscando un lugar caliente
para que el parto sea posible, sin liquido,
sin intención, como poniendo pies y manos
al monstruo conceptual que va creciendo,
y adopta nombres y los deletrea
de derecha a izquierda, con calculada lentitud,
sabiendo que antes de acabar ya serán otros,
o simplemente no serán porque los ábregos
ya habrán dispersado los vapores de la imaginación.
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