Me pongo ante el objeto,
miro su exención redonda, su bulto
que no admite ni credo ni sospecha,
está ahí y a sí mismo se basta,
sin sumisión ni concesiones
a lo que le hace competencia,
en cambio a mí me falta
esa mirada comprensiva de mi sustancia,
de mis aéreos límites,
y he de conformarme con mirar
a través del espejo porque nada
se interpone entre mi ojo y mi ambición,
ser sin que nadie te conozca,
ese es el tributo que se paga
por ser memoria transitiva.
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